"No hay decisiones buenas y malas, solo hay decisiones y somos esclavos de ellas." (Ntros.Ant.)

lunes, 22 de diciembre de 2014

REFLEXIONES SOBRE JESUS: PARTE VI –LOS ENIGMAS DE LA PASION DE JESUS- ¿SUDO SANGRE ANTES DE MORIR?

REFLEXIONES SOBRE JESUS: PARTE VI
 –LOS ENIGMAS DE LA PASION DE JESUS- 
¿SUDO SANGRE ANTES DE MORIR?



Ariel Álvarez Valdés
Nació en Santiago del Estero, Argentina, en 1957. Es Licenciado en Teología Bíblica por la Facultad Franciscana Bíblica de Jerusalén (Israel) y Doctor en Teología Bíblica por la Universidad Pontificia de Salamanca. Es miembro de la Asociación Bíblica Italiana y de la Asociación Bíblica Española.
Se dedica a la divulgación de la investigación científica de la Biblia, a través de escritos y conferencias en la Argentina y en el extranjero. Ha publicado más de 200 artículos en revistas de quince países. Sus libros han sido traducidos a once idiomas.

¿Sudó sangre antes de morir?
De los muchos padecimientos que sufrió Jesús durante su pasión, quizás el más impresionante fue el sudor de sangre en el huerto de Getsemaní, horas antes de morir.
El único evangelista que lo cuenta es San Lucas. Según su relato, mientras Jesús rezaba a solas en el huerto, lleno de angustia su sudor se hizo como gotas espesas de sangre. (Lc. 22: 43-44)
Si bien se trata de un hecho científicamente conocido y perfectamente explicado, hoy los biblístas dudan de su historicidad, y se preguntan: ¿en verdad Jesucristo sudó sangre?.

Una antigua ausencia
Hay dos dificultades para su aceptación.
La primera: ¿Quién vio a Jesús sudar sangre aquella noche en el huerto de Getsemaní?. Jesús se hallaba rezando solo, y sus discípulos estaban lejos y además dormidos (Lc. 22: 41-45). ¿Qué testigo ocular presenció las espesas gotas de sangre que brotaban de su cuerpo y caían en tierra?.
La segunda: El texto afirma que su sudor era “como” gotas de sangre, pero no dice que haya “sudado sangre”. El “como” expresa aquí una simple comparación, una manera figurada de hablar.
Pero dejando de lado esas observaciones, la principal dificultad para aceptar la historicidad de este suceso está en que los dos versículos que lo cuentan (es decir, Lc. 22: 43-44) no aparecen en los manuscritos más antiguos del Evangelio de Lucas (llamados Papiro 69 y Papiro 75). Tampoco aparecen en los Códice Vaticano (del año 350), el Códice Sinaítico (del año 350), y el Códice Alejandrino (del año 400). Además, otros manuscritos antiguos del Nuevo Testamento traen el sudor de sangre de Jesús, pero dentro del Evangelio de Mateo (a continuación de Mt. 26: 39) y no en el de Lucas. 
Varios escritores de los primero siglos (como Clemente de Alejandría, Tertuliano, Orígenes, Atanasio y Ambrosio), cuando estudian los detalles de la agonía de Jesús en el Evangelio de Lucas, parecen desconocer el sudor de sangre, como si no figurara en sus Biblias.

Ayuda de manos anónimas
Vemos, pues, que estos dos versículos de Lucas (el del ángel que conforta a Jesús y el del sudor de sangre) forman un pequeño bloque errático, es decir, un breve relato con una información que en los primeros siglos de la era cristiana no termina de ser aceptado unánimemente por la tradición. Por alguna extraña razón, unos manuscritos lo incluyen y otros no, unos códices lo admiten y otros no, unos escritores lo aceptan y otros no.
Los biblístas han elaborado una hipótesis que, de ser cierta, permitiría explicar el misterio de este fragmento del Evangelio lucano.
Según esa hipótesis, la causa por la que estos dos versículos no aparecen en muchos manuscritos se debe a que no pertenecían al evangelista Lucas. Es decir, el libro original que Lucas compuso (alrededor del año 80) no incluía la aparición del ángel, ni el sudor de sangre. Pero hacia el año 150, un escritor anónimo añadió esos dos versículos en algunos manuscritos de Lucas. Pero las versiones más antiguas que sobrevivieron, quedaron sin contar ese detalle.
Surge una pregunta: ¿Por qué un escritor del siglo II querría agregar esos dos versículos al Evangelio de Lucas?
Al parecer, la causa se debió a la aparición de una extraña herejía. A comienzos del siglo II surgió entre los primeros cristianos una corriente extraña de pensamiento, llamada “docetismo”, que negaban la humanidad de Jesús. Los docetistas sostenían que, como Jesús era Dios, no podía tener verdadero cuerpo humano. Los docetistas negaban la posibilidad de que Jesús hubiera sufrido cualquier tipo de dolor físico durante su vida.

Para reafirmar la doctrina
En medio de esta polémica, hacia el año 150, un escritor anónimo, que probablemente se encontraba haciendo una copia del Evangelio de Lucas, decidió agregar aquellos dos versículos del sudor de sangre para reafirmar la doctrina oficial de la Iglesia sobre la humanidad de Jesús.
Pero lo que narraban estos dos versículos añadidos no había sido inventado de la nada por el escriba que los compuso. Existía una antigua tradición que narraba como, durante las horas previas a su muerte, Jesús había experimentado angustia y aflicción. Esa tradición se encuentra hoy en la carta a los Hebreos, donde se dice que en esos momentos Jesús rogó  a Dios y le suplicó “con fuertes gritos y llorando” que lo librara de la muerte (Heb. 5: 7)

Porcentajes de anormalidad
Vemos, pues, como las evidencias externas (es decir, la existencia de antiguos manuscritos de Lucas sin el sudor de sangre) revelan que esos dos versículos no pertenecían a Lucas, y que fueron añadidos más tarde por un escriba anónimo. Esos dos versículos tienen un estilo y una forma de escritura que no son de Lucas. El análisis del vocabulario usado en el relato del sudor de sangre confirma esta hipótesis.
Por ejemplo, la palabra “angustia” (en griego agonía) es una palabra absolutamente extraña para Lucas, que jamás la usa en ninguno de sus dos libros (ni en el Evangelio, ni en los Hechos de los Apóstoles). El término “sudor” (en griego hidrós), tampoco pertenece al vocabulario lucano. El vocablo “gota” (thrómbos), resulta igualmente ajeno a su forma de hablar.
Por lo tanto, estos dos versículos, de 18 palabras, contienen tres que no pertenecen al vocabulario de Lucas.

El ángel mudo
Hay un argumento interno más fuerte aun contra la autenticidad lucana de estos dos versículos: a Jesús se le apareció  “un ángel del cielo”. Pero Lucas, si bien muchas veces menciona a los ángeles, nunca dice que vengan “del cielo”. Se refiere a ellos como el ángel “del Señor” (Lc. 1: 11; 2: 9), o el ángel “de Dios” (Lc. 12: 8), o el ángel “santo” (Hech. 10: 22). Pero un ángel “del cielo” es un personaje insólito para Lucas.
Este es un ángel silencioso y mudo, que solo acompaña y conforta a Jesús, pero no le dice ni una palabra. En cambio los ángeles de Lucas siempre se presentan para transmitir algún mensaje.

Los nervios que desentonan
Lucas nunca presenta a Jesús emocionalmente angustiado durante su pasión, siempre lo muestra sereno y tranquilo. Una simple comparación con el Evangelio de Marcos, que Lucas usó como fuente de su relato, bastará para tener una idea.
Marcos cuenta que Jesús estaba “triste hasta la muerte” (Mc. 14: 34), mientras que Lucas lo omite. También omite que “comenzó a sentir horror y angustia” (Mc. 14: 33). Y en vez de decir que Jesús “cayó en tierra y suplicaba” (Mc. 14: 35), escribe que “se puso de rodillas a rezar” (Lc. 22: 41).
Lucas nunca presenta a Jesús desbordado por las circunstancias, sino siempre en dominio de la situación y de sus emociones.
En el Evangelio de Lucas, Jesús siempre está sereno, tranquilo e imperturbable a lo largo de toda su Pasión. El único pasaje que desentona y no encaja con esta visión es justamente el del sudor de sangre, pues describe a un Jesús aterrorizado, que suda de miedo, y necesita que baje un ángel del cielo para calmarlo y ayudarlo a enfrentar su turbación. Se trata, ciertamente, de dos versículos que no proceden de la mano de San Lucas.

Un sudor elocuente
El relato que lo cuenta, y que se halla únicamente en el Evangelio de Lucas, no pertenece a este evangelista sino a una mano anónima posterior, que lo añadió varios años después de su composición. Algo similar ocurre con otros pasajes evangélicos, como el relato de la adultera (Jn. 8: 1-11) que no lo escribió San Juan, o el pasaje de las apariciones de Jesús resucitado (Mc. 16: 9-20) que no lo escribió San Marcos.
Pero la imagen de Jesús que resulta de este breve añadido posterior es de extraordinaria importancia para los lectores.  La intención que el autor quiso subrayar es la naturaleza humana de Jesús. Quiso mostrar como él, siendo Dios y viviendo en el cielo, se hizo plenamente hombre para salvar a los hombres.

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