"No hay decisiones buenas y malas, solo hay decisiones y somos esclavos de ellas." (Ntros.Ant.)

sábado, 24 de diciembre de 2011

MITOS Y LEYENDAS AZTECAS -LA RUINA DE TULA-


MITOS Y LEYENDAS
AZTECAS

LA RUINA DE TULA


ADAPTACIÓN MARKO CASTILLO



Tezcatlipoca, Ihuimécatl y Tlitacauan decidieron acabar con Quetzalcóatl cuando estaba enfermo de vejez. El problema entre ellos era la renuencia de Quetzalcóatl a hacer sacrificios humanos.
Tlitacauan convertido en anciano fue al palacio y pidió hablar con Quetzalcóatl. Los que cuidan la entrada no lo permitieron. Insistió hasta lograr que los guardias avisaran a Ce-Acatl de su presencia. Quetzalcóatl pidió que lo dejaran entrar. El anciano le dio una jarra llena de una bebida blanca y dijo: “Es buena y saludable, emborracha, pero es sana porque ablanda el corazón y prepara para el viaje.
Quetzalcóatl tienes que ir a Tlillan Tlapallan a hablar con otro sabio que te dará la salud. Regresarás sano, fuerte como un muchacho. Claro, primero hay que beber”. Quetzalcóatl probó el liquido, el sabor era dulce y fresco le gustó y siguió bebiendo, al hacerlo se convencía de que ya no estaba enfermo. La bebida era pulque hecho de los magueyes. Quetzalcóatl bebió tanto que se le ablandó el corazón y lloró de pesar por tener que abandonar Tula.
Al verlo borracho Tezcatlipoca con risa contenida le llevó un espejo para que conociera su cuerpo. Ante el reflejo de su propia imagen, descubrió un ser lleno de verrugas en los párpados, ojos hundidos, cara deforme y abultada. Quetzalcóatl se aterró al verse. Declaró mientras se escondía: “Nunca permitiré que mis vasallos me vean la cara”. Al salir se encontró con Ihuimécatl, oficial de las plumas. Prometió maquillarlo para que sus súbditos pudieran verlo.
Ihuimécatl realizó una insignia de plumas y careta verde jade, pintó los labios de rojo, la cara de amarillo, hizo una barba con plumas y agregó colmillos. Quetzalcóatl se puso la máscara. Al mirarse en el espejo se sintió dispuesto para mostrarse en público.
Se volvió a sentir sano y fuerte, volvió a ayunar y a hacer sacrificios. Ihuimécatl y Tlitacahuan regresaron a Tula a visitar a Quetzalcóatl con pulque, mazorcas tiernas, frijoles verdes, tomates, chiles y quelites. Su propósito era emborracharlo. Ante la resistencia de Quetzalcóatl, insistieron, dieron bebida a él, a sus pajes, y ya embriagado lo hicieron cantar.
Ihuimécatl puso ebria a Quetzaltepétl, hermana de Quetzalcóatl a quien mandó traer y se acostó con ella. Al amanecer cuando recobró la cordura, triste y derrotado se lamentó: Desdichado de mí. Lloró víctima del engaño, con la burla a cuestas salió de Tula. Quemó sus casas, enterró sus tesoros y convirtió las plantas de cacao en mezquites. En su huída fue seguido por sus pajes y sus pájaros de plumas preciosas. En Cuauhtitlán pidió el espejo. Al verse lo invadió el dolor y la furia al mirarse nuevamente viejo. Sentado en una piedra vio a Tula por última vez y se marchó rumbo a Tlapallan.
En su camino dejó huellas de su paso. Puso nombre a los lugares. En la orilla del mar ordenó hacer una balsa de serpientes. Se embarcó en ella y se perdió en el horizonte hasta llegar al crepúsculo. Encendió una hoguera en la que se arrojó como lo hicieron los antiguos dioses de Teotihuacan. No pereció en la hoguera. Subió al cielo convertido en la Estrella de la Mañana. Por ello se le llama: El Señor de la Aurora.

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