"No hay decisiones buenas y malas, solo hay decisiones y somos esclavos de ellas." (Ntros.Ant.)

sábado, 1 de octubre de 2011

DIARIO DEL PRIMER VIAJE DE COLON -PARTE III DE VIII- (OCTUBRE DE 1492)


Diario de a bordo del primer viaje de Cristóbal Colón
(texto completo)

Nota: Relación compendiada de Fray Bartolomé de las Casas.

Parte III de VIII


Lunes, 1 de octubre
Navegó su camino al Oeste. Anduvieron veinticinco leguas; contó a la gente veinte leguas. Tuvieron grande aguacero. El piloto del Almirante tenía hoy, en amaneciendo, que habían andado desde la isla de Hierro hasta aquí quinientas sesenta y ocho leguas al Oeste. La cuenta menor que el Almirante mostraba a la gente eran quinientas ochenta y cuatro leguas; pero la verdadera que el Almirante juzgaba y guardaba eran setecientas siete.

Martes, 2 de octubre
Navegó su camino al Oeste noche y día treinta y nueve leguas, contó a la gente obra de treinta leguas. La mar, llana y buena siempre. «A Dios muchas gracias sean dadas», dijo aquí el Almirante. Hierba venía del Este al Oeste, por el contrario de lo que solía: parecieron muchos peces; matóse uno. Vieron un ave blanca que parecía gaviota.

Miércoles, 3 de octubre
Navegó su vía ordinaria. Anduvieron cuarenta y siete leguas; contó a la gente cuarenta leguas. Aparecieron pardelas, hierba mucha, alguna muy vieja y otra muy fresca, y traía como fruta; y no vieron aves algunas. Creía el Almirante que le quedaban atrás las islas que traía pintadas en su carta. Dice aquí el Almirante que no se quiso detener barloventeando la semana pasada y estos días que había tantas señales de tierra, aunque tenía noticia de ciertas islas en aquella comarca, por no se detener, pues su fin era pasar a las Indias; y si se detuviera, dice él, que no fuera buen seso.

Jueves, 4 de octubre
Navegó a su camino al Oeste. Anduvieron entre día y noche sesenta y tres leguas; contó a la gente cuarenta y seis leguas. Vinieron al navío más de cuarenta pardelas juntos y dos alcatraces, y al uno dio una pedrada un mozo de la carabela. Vino a la nao un rabihorcado y una blanca como gaviota.

Viernes, 5 de octubre
Navegó a su camino. Andarían once millas por hora. Por la noche y día andarían cincuenta y siete leguas, porque aflojó la noche algo el viento; contó a su gente cuarenta y cinco. La mar en bonanza y llana. «A Dios -dice- muchas gracias sean dadas.» El aire muy dulce y templado, hierba ninguna, aves pardelas muchas, peces golondrinas volaron en la nao muchos.

Sábado, 6 de octubre
Navegó su camino al Oeste o Güeste, que es lo mismo. Anduvieron cuarenta leguas entre día y noche; contó a la gente treinta y tres leguas. Esta noche dijo Martín Alonso que sería bien navegar a la cuarta del Oeste, a la parte del Sudoeste; y al Almirante pareció que no decía esto Martín Alonso por la isla de Cipango, y el Almirante veía que si la erraban que no pudieran tan presto tomar tierra y que era mejor una vez ir a la tierra firme y después a las islas.

Domingo, 7 de octubre
Navegó a su camino al Oeste; anduvieron doce millas por hora dos horas, y después ocho millas por hora; y andaría hasta una hora de sol veintitrés leguas. Contó a la gente dieciocho. En este día, al levantar el sol, la carabela Niña, que iba delante por ser velera, y andaban quien más podía por ver primero tierra, por gozar de la merced que los Reyes a quien primero la viese habían prometido, levantó una bandera en el topo del mástil y tiró una lombarda por señal que veían tierra, porque así lo había ordenado el Almirante. Tenía también ordenado que al salir del sol y al ponerse se juntasen todos los navíos con él, porque estos dos tiempos son más propios para que los humores den más lugar a ver más lejos. Como en la tarde no viesen tierra, la que pensaban los de la carabela Niña que habían visto, y porque pasaban gran multitud de aves de la parte del Norte al Sudoeste (por lo cual era de creer que se iban a dormir a tierra o huían quizá del invierno, que en las tierras de donde venían debía de querer venir, porque sabía el Almirante que las más de las islas que tienen los portugueses por las aves las descubrieron), por esto el Almirante acordó dejar el camino del Oeste y poner la proa hacia Oessudoeste, con determinación de andar dos días por aquella vía. Esto comenzó antes una hora del sol puesto. Andarían en toda la noche obra de cinco leguas, y veintitrés del día. Fueron por todas veintiocho leguas noche y día.

Lunes, 8 de octubre
Navegó al Oessudoeste y andarían entre día y noche once leguas y media o doce, y a ratos parece que anduvieron en la noche quince millas por hora, si no está mentirosa la letra. Tuvieron la mar como el río de Sevilla; gracias a Dios, dice el Almirante. Los aires muy dulces como en abril en Sevilla, que es placer estar a ellos: tan olorosos son. Pareció la hierba muy fresca; muchos pajaritos del campo, y tomaron uno que iba huyendo al Sudoeste, grajaos y ánades y un alcatraz.

Martes, 9 de octubre
Navegó al Sudoeste. Anduvo cinco leguas; mudóse el viento y corrió al Oeste cuarta al Noroeste, y anduvo cuatro leguas. Después con todas once leguas de día y a la noche veinte leguas y media. Contó a la gente diecisiete leguas. Toda la noche oyeron pasar pájaros.

Miércoles, 10 de octubre
Navegó al Oessudoeste. Anduvieron a diez millas por hora y a ratos doce y algún rato a siete, y entre día y noche cincuenta y nueve leguas. Contó a la gente cuarenta y cuatro leguas no más. Aquí la gente ya no lo podía sufrir: quejábase del largo viaje. Pero el Almirante los esforzó lo mejor que pudo, dándoles buena esperanza de los provechos que podrían haber. Y añadía que por demás era quejarse, pues que él había venido a las Indias, y que así lo había de proseguir hasta hallarlas con la ayuda de Nuestro Señor.

Jueves, 11 de octubre
Navegó al Oessudoeste. Tuvieron mucha mar y más que en todo el viaje habían tenido. Vieron pardelas y un junco verde junto a la nao. Vieron los de la carabela Pinta una caña y un palo y tomaron otro palillo labrado a lo que parecía con hierro, y un pedazo de caña y otra hierba que nace en tierra, y una tablilla. Los de la carabela Niña también vieron otras señales de tierra y un palillo cargado de escaramujos. Con estas señales respiraron y alegráronse todos. Anduvieron en este día, hasta puesto el sol, veintisiete leguas.

Viernes, 12 de octubre
Después del sol puesto, navegó a su primer camino, al Oeste; andarían doce millas cada hora y hasta dos horas después de media noche andarían noventa millas, que son veintidós leguas y media. Y porque la carabela Pinta era más velera e iba delante del Almirante, halló tierra e hizo las señas que el Almirante había mandado. Esta tierra vio primero un marinero que se decía Rodrigo de Triana; puesto que el Almirante, a las diez de la noche, estando en el castillo de popa, vio lumbre, aunque fue cosa tan cerrada que no quiso afirmar que fuese tierra; pero llamó a Pero Gutiérrez, repostero de estrados del Rey, y díjole que parecía lumbre, que mirase él, y así lo hizo y viola; díjole también a Rodrigo Sánchez de Segovia, que el Rey y la Reina enviaban en el armada por veedor, el cual no vio nada porque no estaba en lugar do la pudiese ver. Después de que el Almirante lo dijo, se vio una vez o dos, y era como una candelilla de cera que se alzaba y levantaba, lo cual a pocos pareciera ser indicio de tierra. Pero el Almirante tuvo por cierto estar junto a la tierra. Por lo cual, cuando dijeron la Salve, que la acostumbraban decir y cantar a su manera todos los marineros y se hallan todos, rogó y amonestólos el Almirante que hiciesen buena guarda al castillo de proa, y mirasen bien por la tierra, y que al que le dijese primero que veía tierra le daría luego un jubón de seda, sin las otras mercedes que los Reyes habían prometido, que eran diez mil maravedís de juro a quien primero la viese. A las dos horas después de media noche pareció la tierra de la cual estarían dos leguas Amañaron todas las velas, y quedaron con el treo, que es la vela grande sin bonetas, y pusiéronse a la corda, temporizando hasta el día viernes, que llegaron a una islita de los Lucayos, que se llamaba en lengua de indios Guanahaní. Luego vinieron gente desnuda, y el Almirante salió a tierra en la barca armada, y Martín Alonso Pinzón y Vicente Yáñez, su hermano, que era capitán de la Niña. Sacó el Almirante la bandera real y los capitanes con dos banderas de la Cruz Verde, que llevaba el Almirante en todos los navíos por seña, con una F y una Y: encima de cada letra su corona, una de un cabo de la cruz y otra de otro. Puestos en tierra vieron árboles muy verdes y aguas muchas y frutas de diversas maneras. El Almirante llamó a los dos capitanes y a los demás que saltaron en tierra, y a Rodrigo de Escobedo, escribano de toda el armada, y a Rodrigo Sánchez de Segovia, y dijo que le diesen por fe y testimonio cómo él por ante todos tomaba, como de hecho tomó, posesión de la dicha isla por el Rey y por la Reina sus señores, haciendo las protestaciones que se requerían, como más largo se contiene en los testimonios que allí se hicieron por escrito. Luego se ajuntó allí mucha gente de la isla. Esto que se sigue son palabras formales del Almirante, en su libro de su primera navegación y descubrimiento de estas Indias. «Yo -dice él-, porque nos tuviesen mucha amistad, porque conocí que era gente que mejor se libraría y convertiría a nuestra Santa Fe con amor que no por fuerza, les di a algunos de ellos unos bonetes colorados y unas cuentas de vidrio que se ponían al pescuezo, y otras cosas muchas de poco valor, con que hubieron mucho placer y quedaron tanto nuestros que era maravilla. Los cuales después venían a las barcas de los navíos adonde nos estábamos, nadando, y nos traían papagayos e hilo de algodón en ovillos y azagayas y otras cosas muchas, y nos las trocaban por otras cosas que nos les dábamos, como cuentecillas de vidrio y cascabeles. En fin, todo tomaban y daban de aquello que tenían de buena voluntad. Mas me pareció que era gente muy pobre de todo. Ellos andan todos desnudos como su madre los parió, y también las mujeres, aunque no vi más de una harto moza. Y todos los que yo vi eran todos mancebos, que ninguno vi de edad de más de treinta años: muy bien hechos, de muy hermosos cuerpos y muy buenas caras: los cabellos gruesos casi como sedas de cola de caballo, y cortos: los cabellos traen por encima de las cejas, salvo unos pocos detrás que traen largos, que jamás cortan. De ellos se pintan de prieto, y ellos son de la color de los canarios ni negros ni blancos, y de ellos se pintan de blanco, y de ellos de colorado, y de ellos de lo que hallan, y de ellos se pintan las caras, y de ellos todo el cuerpo, y de ellos solos los ojos, y de ellos sólo el nariz. Ellos no traen armas ni las conocen, porque les mostré espadas y las tomaban por el filo y se cortaban con ignorancia. No tienen algún hierro: sus azagayas son unas varas sin hierro, y algunas de ellas tienen al cabo un diente de pez, y otras de otras cosas. Ellos todos a una mano Son de buena estatura de grandeza y buenos gestos, bien hechos. Yo vi algunos que tenían señales de heridas en sus cuerpos, y les hice señas qué era aquello, y ellos me mostraron cómo allí venían gente de otras islas que estaban cerca y les querían tomar y se defendían. Y yo creí y creo que aquí vienen de tierra firme a tomarlos por cautivos. Ellos deben ser buenos servidores y de buen ingenio, que veo que muy presto dicen todo lo que les decía, y creo que ligeramente se harían cristianos; que me pareció que ninguna secta tenían. Yo, placiendo a Nuestro Señor, llevaré de aquí al tiempo de mi partida seis a Vuestras Altezas para que aprendan a hablar. Ninguna bestia de ninguna manera vi, salvo papagayos, en esta isla.» Todas son palabras del Almirante.

Sábado, 13 de octubre
« Luego que amaneció vinieron a la playa muchos de estos hombres, todos mancebos, como dicho tengo, y todos de buena estatura, gente muy hermosa: los cabellos no crespos, salvo corredios y gruesos, como sedas de caballo, y todos de la frente y cabeza muy ancha más que otra generación que hasta aquí haya visto, y los ojos muy hermosos y no pequeños, y ellos ninguno prieto, salvo de la color de los canarios, ni se debe esperar otra cosa, pues está Este Oeste con la isla de Hierro, en Canaria, bajo una línea. Las piernas muy derechas, todos a una mano, y no barriga, salvo muy bien hecha. Ellos vinieron a la nao con almadías, que son hechas del pie de un árbol, como un barco luengo, y todo de un pedazo, y labrado muy a maravilla, según la tierra, y grandes, en que en algunas venían cuarenta o cuarenta y cinco hombres, y otras más pequeñas, hasta haber de ellas en que venía un solo hombre. Remaban con una pala como de hornero, y anda a maravilla; y si se le trastorna, luego se echan todos a nadar y la enderezan y vacían con calabazas que traen ellos. Traían ovillos de algodón hilado y papagayos y azagayas y otras cositas que sería tedio de escribir, y todo daban por cualquier cosa que se los diese. Y yo estaba atento y trabajaba de saber si había oro, y vi que algunos de ellos traían un pedazuelo colgado en un agujero que tienen a la nariz, y por señas pude entender que yendo al Sur o volviendo la isla por el Sur, que estaba allí un rey que tenía grandes vasos de ello, y tenía muy mucho. Trabajé que fuesen allá, y después vi que no entendían en la ida. Determiné de aguardar hasta mañana en la tarde y después partir para el Sudeste, que según muchos de ellos me enseñaron decían que había tierra al Sur y al Sudoeste y al Noroeste, y que éstas del Noroeste les venían a combatir muchas veces, y así ir al Sudoeste a buscar el oro y piedras preciosas. Esta isla es bien grande y muy llana y de árboles muy verdes y muchas aguas y una laguna en medio muy grande, sin ninguna montaña, y toda ella verde, que es placer de mirarla; y esta gente harto mansa, y por la gana de haber de nuestras cosas, y temiendo que no se les ha de dar sin que den algo y no lo tienen, toman lo que pueden y se echan luego a nadar; que hasta los pedazos de las escudillas y de las tazas de vidrio rotas rescataban hasta que vi dar dieciséis ovillos de algodón por tres ceotís de Portugal, que es una blanca de Castilla, y en ellos habría más de una arroba de algodón hilado. Esto defendiera y no dejara tomar a nadie, salvo que yo lo mandara tomar todo para Vuestras Altezas si hubiera en cantidad. Aquí nace en esta isla, mas por el poco tiempo no pude dar así del todo fe. Y también aquí nace el oro que traen colgado a la nariz; más, por no perder tiempo quiero ir a ver si puedo topar a la isla de Cipango. Ahora, como fue noche, todos se fueron a tierra con sus almadías.»

Domingo, 14 de octubre
«En amaneciendo mandé aderezar el batel de la nao y las barcas de las carabelas, y fui al luengo de la isla, en el camino del Nordeste, para ver la otra parte, que era de la otra parte, del Este que había, y también para ver las poblaciones, y vi luego dos o tres, y la gente que venían todos a la playa llamándonos y dando gracias a Dios. Los unos nos traían agua; otros, otras cosas de comer; otros, cuando veían que yo no curaba de ir a tierra, se echaban a la mar nadando y venían, y entendíamos que nos preguntaban si éramos venidos del cielo. Y vino uno viejo en el batel dentro, y otros a voces grandes llamaban todos, hombres y mujeres: «Venid a ver los hombres que vinieron del cielo; traedles de comer y de beber». Vinieron muchos y muchas mujeres, cada uno con algo, dando gracias a Dios, echándose al suelo, y levantaban las manos al cielo, y después nos llamaban que fuésemos a tierra. Mas yo temía de ver una grande restinga de piedras que cerca toda aquella isla alrededor, y entre medias queda hondo el puerto para cuantas naos hay en toda la Cristiandad, y la entrada de ello muy angosta. Es verdad que dentro de esta cinta hay algunas bajas, mas la mar no se mueve más que dentro en un pozo. Y para ver todo esto me moví esta mañana, porque supiese dar de todo relación a Vuestras Altezas y también adónde pudiera hacer fortaleza, y vi un pedazo de tierra que se hace como isla, aunque no lo es, en que había seis casas, el cual se pudiera atajar en dos días por isla; aunque yo no veo necesario, porque esta gente es muy simplice en armas, como verán Vuestras Altezas de siete que yo hice tomar para les llevar y aprender nuestra habla y volverlos, salvo que Vuestras Altezas cuando mandaren puédenlos todos llevar a Castilla o tenerlos en la misma isla cautivos, porque con cincuenta hombres los tendrán todos sojuzgados y les harán hacer todo lo que quisieren. Y después junto con la dicha isleta están huertas de árboles las más hermosas que yo vi, y tan verdes y con sus hojas como las de Castilla en el mes de abril y de mayo, y mucha agua. Yo miré todo aquel puerto y después me volví a la nao y di a la vela, y vi tantas islas que yo no sabía determinarme a cuál iría primero. Y aquellos hombres que yo tenía tomado me decían por señas que eran tantas y tantas que no había número, y nombraron por su nombre más de ciento. Por ende yo miré por la más grande, y a aquélla determiné andar, y así hago, y será lejos de ésta de San Salvador cinco leguas; y las otras de ellas más, de ellas menos. Todas son muy llanas, sin montañas y muy fértiles y todas pobladas, y se hacen la guerra la una a la otra, aunque éstos son muy símplices y muy lindos cuerpos de hombres.»

Lunes, 15 de octubre
«Había temporejado esta noche con temor de no llegar a tierra a surgir antes de la mañana, y por no saber si la costa era limpia de bajas, y en amaneciendo cargar velas. Y como la isla fuese más lejos de cinco leguas, antes será siete, y la marea me detuvo, sería medio día cuando llegué a la dicha isla.Y hallé que aquella haz que es de la parte de la isla de San Salvador se corre Norte Sur y hay en ella cinco leguas, y la otra que yo seguí se corría este Oeste y hay en ella más de diez leguas. Y como de esta isla vi otra mayor al Oeste, cargué las velas por andar todo aquel día hasta la noche, porque aún no pudiera haber andado al cabo del Oeste, a la cual puse nombre la isla de Santa María de la Concepción. Y casi al poner del sol surgí acerca del dicho cabo por saber si había allí oro, porque estos que yo había hecho tomar en la isla de San Salvador me decían que ahí traían manillas de oro muy grandes a las piernas y a los brazos. Yo bien creí que todo lo que decían era burla para se huir. Con todo, mi voluntad era de no pasar por ninguna isla de que no tomase posesión, puesto que tomado de una se puede decir de todas. Y surgí y estuve hasta hoy martes, que en amaneciendo fui a tierra con las barcas armadas y salí; y ellos, que eran muchos así desnudos y de la misma condición de la otra isla de San Salvador, nos dejaron ir por la isla y nos daban lo que les pedía. Y porque el viento cargaba a la traviesa Sudeste no me quise detener y partí para la nao, y una almadía grande estaba a bordo de la carabela Niña; y uno de los hombres de la isla de San Salvador, que en ella era, se echó a la mar y se fue en ella; y la noche de antes a me dio echado al otro y fue atrás la almadía, la cual huyó que jamás fue barca que le pudiese alcanzar, puesto que le teníamos grande avante. Con todo, dio en tierra y dejaron la almadía; y algunos de los de mi compañía salieron en tierra tras ellos, y todos huyeron como gallinas, y la almadía que habían dejado la llevamos a bordo de la carabela Niña, adonde ya, de otro cabo, venía otra almadía pequeña con un hombre que venía a rescatar un ovillo de algodón; y se echaron algunos marineros a la mar, porque él no quería entrar en la carabela, y le tomaron. Y yo, que estaba en la popa de la nao, que vi todo, envié por él y le di un bonete colorado y unas cuentas de vidrio verdes, pequeñas, que le puse al brazo, y dos cascabeles que le puse a las orejas, y le mandé volver a su almadía, que también tenía en la barca, y le envié a tierra. Y di luego la vela para ir a la otra isla grande que yo veía al Oeste, y mandé largar también la otra almadía que traía la carabela Niña por popa. Y vi después en tierra, al tiempo de la llegada del otro a quien yo había dado las cosas susodichas y no le había querido tomar el ovillo de algodón, puesto que él me lo quería dar, y todos los otros se llegaron a él y tenía a gran maravilla y bien le pareció que éramos buena gente, y que el otro que se había huido nos había hecho algún daño y que por esto lo llevábamos. Y a esta razón usé esto con él, de le mandar alargar, y le di las dichas cosas porque nos tuviese en esta estima, porque otra vez cuando Vuestras Altezas aquí tornen a enviar no haga mala compañía; y todo lo que yo le di no valía cuatro maravedís. Y así partí, que serían las diez horas, con el viento Sudeste, y tocaba de Sur para pasar a esta otra isla, la cual es grandísima y adonde todos estos hombres que yo traigo de la de San Salvador hacen señas que hay muy mucho oro y que lo traen en los brazos en manillas y a las piernas y a las orejas y al nariz y al pescuezo. Y había de esta isla de Santa María a esta otra nueve leguas Este Oeste, y se corre toda esta parte de la isla Noroeste Sudeste. Y se parece que bien habría en esta costa más de veintiocho leguas en esta haz. Y es muy llana sin montaña ninguna, así como aquellas de San Salvador y de Santa María, y todas las playas sin roquedos, salvo que en todas hay algunas peñas cerca de tierra debajo del agua; por donde es menester abrir el ojo cuando se quiere surgir y no surgir mucho acerca de tierra, aunque las aguas son siempre muy claras y se ve el fondo. Y desviado de tierra dos tiros de lombarda, hay en todas estas islas tanto fondo que no se puede llegar a él. Son estas islas muy verdes y fértiles y de aires muy dulces, y puede haber muchas cosas que yo no sé, porque no me quiero detener por calar y andar muchas islas para hallar oro. Y pues éstas dan así estas señas, que lo traen a los brazos y a las piernas, y es oro porque les mostré algunos pedazos del que yo tengo, no puedo errar con la ayuda de Nuestro Señor que yo no le halle adonde nace. Y estando a medio golfo de estas dos islas es de saber de aquella de Santa Maria y de esta grande, a la cual pongo nombre la Fernandina hallé un hombre solo en una almadía que se pasaba de la isla de Santa María a la Fernandina, y traía un poco de su pan, que sería tanto como el puño, y una calabaza de agua y un pedazo de tierra bermeja hecha en polvo y después amasada, y unas hojas secas que debe ser cosa muy apreciada entre ellos porque ya me trajeron en San Salvador de ellas en presente, y traía un cestillo a su guisa en que tenía un ramalejo de cuentecillas de vidrio y dos blancas, por las cuales conocí que él venía de la isla de San Salvador y había pasado a aquella de Santa María y se pasaba a la Fernandina, el cual se llegó a la nao. Yo le hice entrar, que así lo demandaba él, y le hice poner su almadía en la nao y guardar todo lo que él traía; y le mandé dar de comer pan y miel y de beber. Y así le pasaré a la Fernandina y le daré todo lo suyo, porque dé buenas nuevas de nos para, a Nuestro Señor aplaciendo, cuando Vuestras Altezas envien acá, que aquellos que vinieren reciban honra y nos den de todo lo que hubiere.»

Martes, 16 de octubre
«Partí de las islas de Santa Maria de la Concepción, que sería ya cerca del medio día, para la isla Fernandina, la cual muestra ser grandísima al Oeste, y navegué todo aquel día con calmeria. No pude llegar a tiempo de poder ver el fondo para surgir en limpio, porque es en esto mucho de haber gran diligencia por no perder las anclas; y así temporicé toda esta noche hasta el día que vine a una población, adonde yo surgí y donde había venido aquel hombre que yo hallé ayer en aquella almadía a medio golfo, el cual había dado tantas buenas nuevas de nos que toda esta noche no faltaron almadías a bordo de la nao, que nos traían agua y de lo que tenían. Yo a cada uno le mandaba dar algo, es a saber, algunas cuentecillas, diez o doce de ellas de vidrio en un hilo, y algunas sonajas de latón de éstas que valen en Castilla un maravedí cada una, y algunas agujetas, de que todo tenían en grandísima excelencia, y también los mandaba dar, para que comiesen cuando venían en la nao, y miel de azúcar. Y después, a horas de tercia, envié al batel de la nao en tierra por agua, y ellos de muy buena gana le enseñaban a mi gente adónde estaba el agua, y ellos mismos traían los barriles llenos al batel y se holgaban mucho de nos hacer placer. Esta isla es grandísima y tengo determinado de la rodear, porque, según puedo entender, en ella o cerca de ella hay mina de oro. Esta isla está desviada de la de Santa María ocho leguas casi Este Oeste; y este cabo adonde yo vine y toda esta costa se corre Noroeste y Sursudeste, y vi bien veinte leguas de ella, mas ahí no acababa. Ahora escribiendo esto, di la vela con el viento Sur para pujar a rodear toda la isla, y trabajar hasta que halle Samaot, que es la isla o ciudad adonde es el oro, que así lo dicen todos estos que aquí vienen en la nao, y nos lo decían los de la isla de San Salvador y de Santa María. Esta gente es semejante a aquellas de las dichas islas, y una habla y unas costumbres, salvo que éstos ya me parecen algún tanto más doméstica gente y de trato y más sutiles, porque veo que han traído algodón aquí a la nao y otras cositas, que saben mejor refetar el pagamento que no hacían los otros. Y aun en esta isla vi paños de algodón hechos como mantillos, y la gente más dispuesta, y las mujeres traen por delante su cuerpo una cosita de algodón que escasamente les cobija su natura. Ella es isla muy verde y llana y fertilísima, y no pongo duda de que todo el año siembran panizo y cogen, y así todas otras cosas. Y vi muchos árboles muy disformes de los nuestros, y de ellos muchos que tenían los ramos de muchas maneras y todo en un pie, y un ramito es de una manera y otro de otra, y tan disforme que es la mayor maravilla del mundo cuánta es la diversidad de una manera a la otra; verbigracia, un ramo tenía las hojas a manera de cañas y otro de la manera de lentisco, y así en un solo árbol de cinco o seis de estas maneras, y todos tan diversos; ni éstos son injertados, porque se pueda decir que el injerto lo hace, antes son por los montes, ni cura de ellos esta gente. No les conozco secta ninguna, y creo que muy presto se tornarían cristianos, porque ellos son de muy buen entender. Aquí son los peces tan disformes de los nuestros que es maravilla. Hay algunos hechos como gallos, de las más finas colores del mundo, azules, amanlíos, colorados y de todas colores, y otros pintados de mil maneras; y las colores son tan finas que no hay hombre que no se maraville y no tome gran descanso a verlos. También hay ballenas. Bestias en tierra no vi ninguna de ninguna manera, salvo papagayos y lagartos. Un mozo me dijo que vio una grande culebra. Ovejas ni cabras ni otra ninguna bestia vi; aunque yo he estado aquí muy poco, que es medio día: mas si las hubiese no pudiera errar de ver alguna. El cerco de esta isla escribiré después que yo la hubiese rodeado.»

Miércoles, 17 de octubre
«A mediodía partí de la población adonde yo estaba surgido y adonde tomé agua para ir a rodear esta isla Fernandina, y el viento era Sudoeste y Sur, y como mi voluntad fuese de seguir esta costa de esta isla adonde yo estaba al Sudeste, porque así se corre toda Nornoroeste y Sursudeste y quería llevar el dicho camino de Sur y Sudeste, porque aquella parte todos estos indios que traigo y otro de quien hube señas en esta parte del Sur a la isla a que ellos llaman Samoet, adonde es el oro, y Martín Alonso Pinzón, capitán de la carabela Pinta, en la cual yo mandé a tres de estos indios, vino a mi y me dijo que uno de ellos muy certificadamente le había dado a entender que por la parte del Nornoroeste muy más presto arrodearía la isla. Yo vi que el viento no me ayudaba por el camino que yo quería llevar, y era bueno por el otro. Di la vela al Nornoroeste, y cuando fui cerca del cabo de la isla, a dos leguas, hallé un muy maravilloso puerto con una boca, aunque dos bocas se le puede decir, porque tiene un isleo en medio y son ambas muy angostas y dentro muy ancho para cien navíos, si fuera hondo y limpio y hondo a la entrada. Parecióme razón de lo ver bien y sondear, y así surgí fuera de él y fui en él con todas las barcas de los navíos y vimos que no había fondo. Y porque pensé cuando yo le vi que era boca de algún río, había mandado llevar barriles para tomar agua, y en tierra hallé unos ocho o diez hombres que luego vinieron a nos y nos mostraron ahí cerca la población, adonde yo envié la gente por agua, una parte con armas, otros con barriles, y así la tomaron; y porque era lejuelos me detuve por espacio de dos horas. En este tiempo anduve así por aquellos árboles, que era la cosa más hermosa de ver que otra se haya visto, viendo tanta verdura en tanto grado como en el mes de mayo en el Andalucía, y los árboles todos están tan disformes de los nuestros como el día de la noche; y así las frutas y así las hierbas y las piedras y todas las cosas. Verdad es que algunos árboles eran de la naturaleza de otros que hay en Castilla: por ende había muy gran diferencia, y los otros árboles de otras maneras eran tantos que no hay persona que lo pueda decir ni asemejar a otros en Castilla. La gente toda era una con los otros ya dichos, de las mismas condiciones, y así desnudos y de la misma estatura, y daban de lo que tenían por cualquier cosa que les diesen; y aquí vi que unos mozos de los navíos les trocaron azagayas por unos pedazuelos de escudillas rotas y de vidrio. Y los otros que fueron por el agua me dijeron cómo habían estado en sus casas y que eran de adentro muy barridas y limpias, y sus camas y paramentos de cosas que son como redes de algodón; ellas, las casas, son todas a manera de alfaneques y muy altas y buenas chimeneas; mas no vi entre muchas poblaciones que yo vi que ninguna pasase de doce hasta quince casas. Aquí hallaron que las mujeres casadas traían bragas de algodón, las mozas no, sino salvo algunas que eran ya de edad de dieciocho años. Y ahí había perros mastines y branchetes, y ahí hallaron uno que había al nariz un pedazo de oro que sería como la mitad de un castellano, en el cual vieron letras. Reñí yo con ellos porque no se lo rescataron y dieron cuanto pedía, por ver qué era y cúya esta moneda era; y ellos me respondieron que nunca se lo osó rescatar. Después de tomada la agua volví a la nao, y di la vela y salí al Noroeste, tanto que yo descubrí toda aquella parte de la isla hasta la costa que se corre Este Oeste, y después todos estos indios tornaron a decir que esta isla era más pequeña que no la isla Samoet y que sería bien volver atrás por ser en ella más presto. El viento allí luego más calmo y comenzó a ventear Oesnoroeste, el cual era contrario para donde habíamos venido, y así tomé la vuelta y navegué toda esta noche pasada al Estesudeste, y cuándo al Este todo y cuándo al Sudeste; y esto para apartarme de la tierra, porque hacia muy gran cerrazón y el tiempo muy cargado; él era poco y no me dejó llegar a tierra a surgir. Así que esta noche llovió muy fuerte después de media noche hasta casi el día, y aún está nublado para llover, y nos, al cabo de la isla de la parte del Sudeste, adonde espero surgir hasta que aclarezca para ver las otras islas adonde tengo de ir. Y así todos estos días después que en estas Indias estoy ha llovido poco o mucho. Crean Vuestras Altezas que es esta tierra la mejor y más fértil y temperada y llana y buena que haya en el mundo.»

Jueves, 18 de octubre
«Después que aclareció seguí el viento, y fui en derredor de la isla cuanto pude, y surgí al tiempo que ya no era de navegar; mas no fui en tierra, y en amaneciendo di la vela.»

Viernes, 19 de octubre
«En amaneciendo levanté las anclas y envié la carabela Pinta al Este y Sudeste y la carabela Niña al Sursudeste, y yo con la nao fui al Sudeste, y dado orden que llevasen aquella vuelta hasta medio día, y después que ambas se mudasen las derrotas, y se recogieron para mí. Y luego, antes que andásemos tres horas, vimos una isla al Este sobre la cual descargamos. y llegamos a ella todos tres navíos antes de medio día a la punta del Norte, adonde hace un isleo y una restinga de piedra fuera de él al Norte y otro entre él y la isla grande; la cual nombraron estos hombres de San Salvador que yo traigo la isla Samoet, a la cual puse nombre de la Isabela. El viento era Norte, y quedaba el dicho isleo en derrota de la isla Fernandina, de adonde yo había partido Este Oeste; y se corría después la costa desde el isleo al Oeste y había en ella doce leguas hasta un cabo, al que yo llamé el Cabo Hermoso, que es de la parte del Oeste. Y así es hermoso, redondo y muy hondo, sin bajas fuera de él, y al comienzo de piedra y bajo y más adentro es playa de arena como casi la dicha costa es. Y ahí surgí esta noche viernes hasta la mañana. Esta costa toda y la parte de la isla que yo vi es toda casi playa, y la isla más hermosa cosa que yo vi; que si las otras son muy hermosas, ésta es más. Es de muchos árboles y muy verdes y muy grandes, y esta tierra es más alta que las otras islas halladas, y en ella algún altillo, no que se le pueda llamar montaña, mas cosa que hermosea lo otro, y parece de muchas aguas allá al medio de la isla. De esta parte al Nordeste hace una gran angla, y hay muchos arboledos y muy espesos y muy grandes. Yo quise ir a surgir en ella para salir a tierra y ver tanta hermosura; mas era el fondo bajo y no podía surgir salvo largo de tierra, y el viento era muy bueno para venir a este cabo adonde yo surgí ahora, al cual puse nombre Cabo Hermoso, porque así lo es. Y así no surgí en aquella angla, y aun porque vi este cabo de allá tan verde y tan hermoso, así como todas las otras cosas y tierras de estas islas que yo no sé adónde me vaya primero ni me sé cansar los ojos de ver tan hermosas verduras y tan diversas de las nuestras. Y aun creo que hay en ella muchas hierbas y muchos árboles que valen mucho en España para tinturas y medicinas de especiería, mas yo no los conozco, de que llevo grande pena. Y llegando yo aquí a este cabo vino el olor tan bueno y suave de flores o árboles de la tierra, que era la cosa más dulce del mundo. De mañana, antes que yo de aquí vaya iré en tierra a ver qué es. Aquí en el cabo no es la población salvo allá más adentro, donde dicen otros hombres que yo traigo que está el rey que trae mucho oro; y yo de mañana quiero ir tanto avante que halle la población y vea o haya lengua con este rey que, según éstos dan las señas, él señorea todas estas islas comarcanas y va vestido y trae sobre sí mucho oro; aunque yo no doy mucha fe a sus decires, así por no los entender yo bien como en conocer que ellos son tan pobres de oro que cualquiera poco que este rey traiga les parece a ellos mucho. Este al que yo digo Cabo Hermoso creo que es la isla apartada de Samoeto, y aun hay ya otras entremedias pequeñas. Yo no curo así de ver tanto por menudo 69, porque no lo podría hacer en cincuenta años, porque quiero ver y descubrir lo más que yo pudiere para volver a Vuestras Altezas, a Nuestro Señor aplaciendo, en abril. Verdad es que, hallando adonde haya oro o especiería en cantidad, me detendré hasta que yo haya de ello cuanto pudiere; y por esto no hago sino andar para ver de topar en ello.»

Sábado, 20 de octubre
«Hoy, el sol salido, levanté las anclas de donde yo estaba con la nao surgido en esta isla de Samoeto al cabo del Sudoeste, al que yo puse nombre el Cabo de la Laguna, y a la isla la Isabela, para navegar al Nordeste y al Este de la parte Sudeste y Sur, adonde entendí de estos hombres que yo traigo que era la población y el rey de ella. Y hallé todo tan bajo el fondo que no pude entrar ni navegar a ello, y vi que siguiendo el camino del Sudoeste era muy gran rodeo, y por esto determiné de me volver por el camino que yo había traído del Nornordeste de la parte del Oeste, y rodear esta isla para... el viento me fue tan escaso que yo nunca pude haber la tierra al longo de la costa, salvo en la noche. Y, porque es peligro surgir en estas islas, salvo en el día que se vea con el ojo adónde se echa el anda, porque es todo manchas, una de limpio y otra de non, yo me puse a temporejar a la vela toda esta noche del domingo. Las carabelas surgieron porque se hallaron en tierra temprano y pensaron que a sus señas, que eran costumbradas de hacer, iría a surgir; mas no quise.»

Domingo, 21 de octubre
«A las diez horas llegué aquí a este cabo del isleo y surgí, y asimismo las carabelas. Y después de haber comido fui en tierra, adonde aquí no había otra población que una casa, en la cual no hallé a nadie, que creo con temor se habían huido, porque en ella estaban todos sus aderezos de casa. Yo no les dejé tocar nada, salvo que me salí con estos capitanes y gente a ver la isla; que si las otras ya vistas son muy hermosas y verdes y fértiles, ésta es mucho más y de grandes arboledos y muy verdes. Aquí es unas grandes lagunas, y sobre ellas y a la rueda es el arboledo en maravilla, y aquí y en toda la isla son todos verdes y las hierbas como en abril en el Andalucía; y el cantar de los pajaritos que parece que el hombre nunca se querría partir de aquí, y las manadas de los papagayos que oscurecen el sol; y aves y pajaritos de tantas maneras y tan diversas de las nuestras que es maravilla; y después hay árboles de mil maneras y todos de su manera fruto, y todos huelen que es maravilla, que yo estoy el más apenado del mundo de no conocerlos, porque soy bien cierto que todos son cosa de valía, y de ellos traigo la muestra y asimismo de las hierbas. Andando así en cerco de una de estas lagunas vi una sierpe la cual matamos y traigo el cuero a Vuestras Altezas. Ella como nos vio se echó en la laguna y nos la seguimos dentro, porque no era muy honda, hasta que con lanzas la matamos. Es de siete palmos de largo; creo que de estas semejantes hay aquí en esta laguna muchas. Aquí conocí del liñáloe, y mañana he determinado de hacer traer a la nao diez quintales, porque me dicen que vale mucho. También andando en busca de muy buena agua fuimos a una población aquí cerca, adonde estoy surto media legua; y la gente de ella, como nos sintieron, dieron todos a huir y dejaron las casas y escondieron su ropa y lo que tenían por el monte. Yo no dejé tomar nada ni la valía de un alfiler. Después se llegaron a nos unos hombres de ellos, y uno se llegó a quien yo di unos cascabeles y unas cuentecillas de vidrio y quedó muy contento y muy alegre, y por que la amistad creciese más y los requiriese algo, le hice pedir agua, y ellos, después que fui en la nao, vinieron luego a la playa con sus calabazas llenas y holgaron mucho de dárnosla. Y yo les mandé dar otro ramalejo de cuentecillas de vidrio y dijeron que de mañana vendrían acá. Yo quería henchir aquí toda la vasija de los navíos de agua; por ende, si el tiempo me da lugar, luego me partiré a rodear esta isla hasta que yo haya lengua con este rey y ver si puedo haber de él oro que oigo que trae, y después partir para otra isla grande mucho, que creo que debe ser Cipango, según las señas que me dan estos indios que yo traigo, a la cual ellos llaman Colba, en la cual dicen que hay naos y mareantes muchos y muy grandes, y de esta isla otra que llaman Bofío que también dicen que es muy grande. Y a las otras que son entremedio veré así de pasada, y según yo hallare recaudo de oro o especiería determinaré lo que he de hacer. Más todavía, tengo determinado de ir a la tierra firme y a la ciudad de Quisay y dar las cartas de Vuestras Altezas al Gran Can y pedir respuesta y venir con ella.»

Lunes, 22 de octubre
«Toda esta noche y hoy estuve aquí aguardando si el rey de aquí u otras personas traerían oro u otra cosa de sustancia, y vinieron muchos de esta gente, semejantes a los otros de las otras islas, así desnudos y así pintados, de ellos de blanco, de ellos de colorado, de ellos de prieto y así de muchas maneras.Traían azagayas y algunos ovillos de algodón a rescatar, el cual trocaban aquí con algunos marineros por pedazos de vidrio, de tazas quebradas y por pedazos de escudillas de barro. Algunos de ellos traían algunos pedazos de oro colgados al nariz, el cual de buena gana daban por un cascabel de esos de pie de gavilano 76 y por cuentecillas de vidrio: mas es tan poco, que no es nada: que es verdad que cualquiera poca cosa que se les dé. Ellos también tenían a gran maravilla nuestra venida, y creían que éramos venidos del cielo. Tomamos agua para los navíos en una laguna que aquí está cerca del cabo del Isleo, que así nombré; y en la dicha laguna Martín Alonso Pinzón, capitán de la Pinta, mató otra sierpe tal como la otra de ayer de siete palmos, e hice tomar aquí del liñábe cuanto se halló.»

Martes, 23 de octubre
«Quisiera hoy partir para la isla de Cuba, que creo que debe ser Cipango, según las señas que dan esta gente de la grandeza de ella y riqueza, y no me detendré más aquí ni...esta isla alrededor para ir a la población, como tenía determinado, para haber lengua con este rey o señor, que es por no me detener mucho, pues veo que aquí no hay mina de oro; y al rodear de estas islas ha menester muchas maneras de viento, y no vienta así como los hombres querrían. Y pues es de andar donde haya trato grande, digo que no es razón de se detener, salvo ir a camino y calar mucha tierra hasta topar en tierra muy provechosa, aunque mi entender es que ésta sea muy provechosa de especiería, mas que yo no la conozco que llevo la mayor pena del mundo, que veo mil maneras de árboles que tienen cada uno su manera de fruta y verde ahora como en España en el mes de mayo y junio y mil maneras de hierbas, eso mismo con flores, y de todo no se conoció salvo este liñáloe de que hoy mandé también traer a la nao mucho para llevar a Vuestras Altezas. Y no he dado ni doy la vela para Cuba porque no hay viento, salvo calma muerta, y llueve mucho. Y llovió ayer mucho sin hacer ningún frío; antes el día hace calor y las noches temperadas como en mayo en España en el Andalucía.»

Miércoles, 24 de octubre
«Esta noche a media noche levanté las anclas de la isla Isabela del cabo del Isleo, que es de la parte del Norte, adonde yo estaba posado para ir a la isla de Cuba, adonde oí de esta gente que era muy grande y de gran trato y había en ella oro y especierías y naos grandes y mercaderes, y me mostró que al Oessudoeste iría a ella; y yo así lo tengo, porque creo que si es así, como por señas que me hicieron todos los indios de estas islas y aquellos que llevo yo en los navíos, porque por lengua no los entiendo, es la isla de Cipango, de que se cuentan cosas maravillosas, y en las esferas que yo vi y en las pinturas de mapamundos es ella en esta comarca. Y así navegué hasta el día al Oessudoeste, y amaneciendo calmó el viento y llovió, y así casi toda la noche. Y estuve así con poco viento hasta que pasaba de medio día y entonces tomó a ventear muy amoroso, y llevaba todas mis velas de la nao: maestra y dos bonetas y trinquete y cebadera y mesana y vela de gabia, y el batel por popa. Así anduve el camino hasta que anocheció; y entonces me quedaba el Cabo Verde de la isla Fernandina, el cual es de la parte del Sur a la parte de Oeste. Me quedaba al Noroeste, y hacía de mí a él siete leguas. Y porque ventaba ya recio y no sabía yo cuánto camino hubiese hasta la dicha isla de Cuba, y por no la ir a demandar de noche, porque todas estas islas son muy hondas a no hallar fondo todo en derredor salvo a tiro de dos lombardas, y esto es todo manchado un pedazo de roquedo y otro de arena, y por esto no se puede seguramente surgir salvo a vista de ojo, y por tanto acordé de amainar las velas todas, salvo el trinquete, y andar con él; y de a un rato crecía mucho el viento y hacía mucho camino de que dudaba, y era muy gran cerrazón y llovía. Mandé amainar el trinquete y no anduvimos esta noche dos leguas, etc.»

Jueves, 25 de octubre
Navegó después del sol salido al Oessudoeste hasta las nueve horas. Andarían cinco leguas. Después mudó el camino al Oeste. Andaban ocho millas por hora hasta la una después de mediodía, y de allí hasta las tres y andarían cuarenta y cuatro millas. Entonces vieron tierra, y eran siete u ocho islas, en luengo todas de Norte a Sur; distaban de ellas cinco leguas, etcétera.

Viernes, 26 de octubre
Estuvo de las dichas islas de la parte del Sur. Era todo bajo cinco o seis leguas; surgió por allí. Dijeron los indios que llevaba que había de ellas a Cuba andadura de día y medio con sus almadías, que son navetas de un madero adonde no llevan vela. Estas son las canoas. Partió de allí para Cuba, porque por las señas que los indios le daban de la grandeza y del oro y perlas de ella, pensaba que era ella, conviene a saber: Cipango.

Sábado, 27 de octubre
Levantó las anclas salido el sol, de aquellas islas, que llamó las islas de Arena por el poco fondo que tenían de la parte del Sur hasta seis leguas. Anduvo ocho millas por hora hasta la una del día al Sursudoeste, y habrían andado cuarenta millas, y hasta la noche andarían veintiocho millas al mismo camino; y antes de noche vieron tierra. Estuvieron la noche al reparo con mucha lluvia que llovió. Anduvieron el sábado hasta el poner del sol diecisiete leguas al Sursudoeste.

Domingo, 28 de octubre
Fue de allí en demanda de la isla de Cuba al Sursudoeste, a la tierra de ella más cercana, y entró en un río muy hermoso y muy sin peligro de bajas ni otros inconvenientes; y toda la costa que anduvo por allí era muy hondo y muy limpio hasta tierra: tenía la boca del río doce brazas, y es bien ancha para barloventear. Surgió dentro, dice que a tiro de lombarda. Dice el Almirante que nunca tan hermosa cosa vio, lleno de árboles, todo cercado el río, hermosos y verdes y diversos de los nuestros, con flores y con su fruto, cada uno de su manera. Aves muchas y pajaritos que cantaban muy dulcemente; había gran cantidad de palmas de otra manera que las de Guinea y de las nuestras, de una estatura mediana y los pies sin aquella camisa y las hojas muy grandes, con las cuales cobijan las casas; la tierra muy llana. Saltó el Almirante en la barca y fue a tierra, y llegó a dos casas que creyó ser de pescadores y que con temor se huyeron, en una de las cuales halló un perro que nunca ladró; y en ambas casas halló redes de hilo de palma y cordeles y anzuelo de cuerno y fisgas de hueso y otros aparejos de pescar y muchos fuegos dentro, y creyó que en cada una casa se juntan muchas personas. Mandó que no se tocase en cosa de todo ello, y así se hizo. La hierba era grande como en el Andalucía por abril y mayo. Halló verdolagas muchas y bledos. Tornóse a la barca y anduvo por el río arriba un buen rato, y dice que era gran placer ver aquellas verduras y arboledas, y de las aves que no podía dejarlas para se volver. Dice que es aquella isla la más hermosa que ojos hayan visto, llena de muy buenos puertos y ríos hondos, y la mar que parecía que nunca se debía de alzar porque la hierba de la playa llegaba hasta casi el agua, la cual no suele llegar donde la mar es brava. Hasta entonces no había experimentado en todas aquellas islas que la mar fuese brava. La isla dice que es llena de montañas muy hermosas, aunque no son muy grandes en longura, salvo altas, y toda la otra tierra es alta de la manera de Sicilia; llena es de muchas aguas, según pudo entender de los indios que consigo lleva, que tomó en la isla de Guanahaní, los cuales le dicen por señas que hay diez ríos grandes y que con sus canoas no la pueden cercar en veinte días. Cuando iba a tierra con los navíos salieron dos almadías o canoas, y como vieron que los marineros entraban en la barca y remaban para ir a ver el fondo del río para saber dónde habían de surgir, huyeron las canoas. Decían los indios que en aquella isla había minas de oro y perlas, y vio el Almirante lugar apto para ellas y almejas, que es señal de ellas, y entendía el Almirante que allí venían naos del Gran Can, y grandes, y que de allí a tierra firme había jornada de diez días Llamó el Almirante aquel río y puerto de San Salvador.

Lunes, 29 de octubre
Alzó las anclas de aquel puerto y navegó al Poniente para ir dice que a la ciudad donde le parecía que le decían los indios que estaba aquel rey. Una punta de la isla le salía a noroeste seis leguas. Andada otra legua vio un río no de tan grande entrada, al cual puso nombre de río de la Luna; anduvo hasta hora de vísperas. Vio otro río más grande que los otros, y así se lo dijeron por señas los indios, y cerca de él vio buenas poblaciones de casas: llamó al río el río de Mares. Envió dos barcas a una población por haber lengua, y a una de ellas un indio de los que traía, porque ya los entendían algo y mostraban estar contentos con los cristianos, de los cuales todos los hombres y mujeres y criaturas huyeron, desamparando las casas con todo lo que tenían; y mandó el Almirante que no se tocase en cosa. Las casas dice que eran ya más hermosas que las que había visto, y creía que cuanto más se allegase a la tierra firme serían mejores. Eran hechas a manera de alfanaques, muy grandes, y parecían tiendas en real, sin concierto de calles, sino una acá y otra acullá y dentro muy barridas y limpias y sus aderezos muy compuestos. Todas son de ramas de palma muy hermosas. Hallaron muchas estatuas en figura de mujeres y muchas cabezas en manera de caratona muy bien labradas. No sé si esto tienen por hermosura o adoran en ellas. Había perros que jamás ladraron; había avecitas salvajes mansas por sus casas; había maravillosos aderezos de redes y anzuelos y artificios de pescar. No le tocaron en cosa de ello. Creyó que todos los de la costa debían de ser pescadores que llevan el pescado la tierra dentro, porque aquella isla es muy grande y tan hermosa que no se hartaba de decir bien de ella. Dice que halló árboles y frutas de muy maravilloso sabor; y dice que debe haber vacas en ella y otros ganados, porque vio cabezas en hueso que le parecieron de vaca. Aves y pajaritos y el cantar de los grillos en toda la noche con que se holgaban todos: los aires sabrosos y dulces de toda la noche, ni frío ni caliente. Mas por el camino de las otras islas a aquélla dice que hacía gran calor y allí no, salvo templado como en mayo; atribuye el calor de las otras islas por ser muy llanas y por el viento que traían hasta allí ser Levante y por eso cálido. El agua de aquellos ríos era salada a la boca: no supieron de dónde bebían los indios, aunque tenían en sus casas agua dulce. En este río podían los navíos voltejar para entrar y para salir, y tiene muy buenas señas o marcas: tiene siete u ocho brazas de fondo a la boca y dentro cinco. Toda aquella mar dice que le parece que debe ser siempre mansa como el río de Sevilla y el agua aparejada para criar perlas. Halló caracoles grandes, sin sabor, no como los de España. Señala la disposición del río y del puerto que arriba dijo y nombró San Salvador, que tiene sus montañas hermosas y altas como la Peña de los Enamorados, y una de ellas tiene encima otro montecillo a manera de una hermosa mezquita. Este otro río y puerto en que ahora estaba tiene de la parte del Sudeste dos montañas así redondas y de la parte del Oesnoroeste un hermoso cabo llano que sale fuera.

Martes, 30 de octubre
Salió del río de Mares al Noroeste, y vio un cabo lleno de palmas y púsole Cabo de Palmas, después de haber andado quince leguas. Los indios que iban en la carabela Pinta dijeron que detrás de aquel cabo había un río y del río a Cuba había cuatro jornadas; y dijo el capitán de la Pinta que entendía que esta Cuba era ciudad y que aquella tierra era tierra firme muy grande que va mucho al Norte, y que el rey de aquella tierra tenía guerra con el Gran Can, al cual ellos llamaban Cami, y a su tierra o ciudad Faba, y otros muchos nombres. Determinó el Almirante de llegar a aquel río y enviar un presente al rey de la tierra y enviarle la carta de los reyes, y para ella tenía una marinero que había andado en Guinea en lo mismo, y ciertos indios de Guanahaní que querían ir con él, con que después los tornasen a su tierra. Al parecer del Almirante, distaba de la línea equinoccial cuarenta y dos grados hacia la banda del Norte no está corrupta la letra de donde trasladé esto, y dice que había de trabajar de ir al Gran Can, que pensaba que estaba allí, o en la ciudad de Catay, que es del Gran Can, que dice que es muy grande, según le fue dicho antes que partiese de España. Toda aquesta tierra dice ser baja y hermosa y honda la mar.

Miércoles, 31 de octubre
Toda la noche martes anduvo barloventeando, y vio un río donde no pudo entrar por ser baja la entrada; y pensaron los indios que pudieran entrar los navíos como entraban sus canoas. Y, navegando adelante, halló un cabo que salía muy fuera y cercado de bajos, y vio una concha o bahía donde podían estar navíos pequeños, y no lo pudo encabalgar porque el viento se había tirado del todo al Norte y toda la costa se corría al Nornoroeste y Sudeste, y otro cabo que vio adelante le salía más afuera. Por esto y porque el cielo mostraba de ventar recio se hubo de tornar al río de Mares.

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