"No hay decisiones buenas y malas, solo hay decisiones y somos esclavos de ellas." (Ntros.Ant.)

sábado, 23 de enero de 2010

MITOLOGIA -EROS Y PSIQUIS-

MITOLOGIA
Eros y Psiquis


Eros (el Amor) herido por sus propias saetas

Ya casi nadie frecuentaba el templo de Afrodita para rendir culto a la divina Belleza. Pero, mientras el santuario se iba convirtiendo poco a poco en ruina, de todas partes llegaban a la ciudad los peregrinos que iban a admirar la extraordinaria hermosura de una simple mortal: la princesa Psiquis (gr. Psyjé: Alma).
Menospreciada por los hombres –que preferían rendir homenaje a una beldad humana- Afrodita se encolerizó. Y, para vengarse, pide a su hijo Eros (Cupido) que use sus flechas encantadas y haga que Psiquis se enamore de la criatura más despreciable del mundo.
Eros parte para cumplir su misión. Pero la belleza de la mortal era tan grande que tuvo el poder de deslumbrar hasta a su corazón divino. Al verla, fue como si Eros hubiera sido traspasado por una de sus propias flechas. Victima del encantamiento en que enredaba a dioses y mortales, el dios se hirió de amor.
Enamorado, no dijo nada a su madre; se limito a convencerla de que, finalmente estaba libre de su rival. Al mismo tiempo que oculta sus sentimientos, hace a Psiquis inalcanzable a los amores terrenos. Aunque todos los hombres la admiren, ninguno se enamora de ella. Contemplan extasiados su belleza, que ahora parece aureolada de distancia e inalcanzable, pero eligen a las hermanas de la princesa, quienes, a pesar de ser infinitamente menos bellas, se casan pronto con reyes. Psiquis, amada por Eros, permanece sola.

Psiquis y el amor vedado

La soledad de Psiquis preocupaba y entristecía a sus padres, que querían verla bien casada, como sus hermanas. Y así decidieron ir a consultar al oráculo de Apolo. A fin de solicitarle orientación y ayuda.
Pero Eros también había acudido a Apolo y lo había echo su aliado en la conquista amorosa. Y, para auxiliar a su compañero del Olimpo, el dios de la luminosidad ordenó por el oráculo a los padres de la princesa que la vistieran con ropas nupciales y la condujesen a lo alto de determinada colina; allí, una serpiente alada y pavorosa, más fuerte que los propios dioses, iría a convertirla en su mujer.
La revelación del oráculo era terrible. La bella Psiquis parecía tener reservado un destino horroroso. Aunque desesperados, el rey y la reina no podían sino cumplir con lo que le había sido ordenado. Y como si la preparasen para sus funerales, entre lamentos y llantos, vistieron a su hija para las bodas y la llevaron a la colina.
Dejada sola, la hermosa princesa aguarda valientemente que se cumpla su triste destino. Exhausta por la prolongada y tensa espera se duerme. Y hasta ella llega la suave brisa de Céfiro (el dios-viento del Oeste), que la arrebata, transportándola dormida a una planicie cubierta de flores. Cerca corren las aguas claras de un arroyo. Más adelante se levanta un magnifico castillo.
Al despertar, encantada con el deslumbrante escenario, Psiquis oye una voz que la invita a entrar en el castillo, a bañarse y después a comer. Atravesando corredores y salas, no encuentra a nadie. Y, sin embargo, se siente como si estuviera siendo observada.
Durante la comida, la envuelve suave música, pero continúa sin ver a nadie. Está aparentemente sola en el espléndido palacio. En su fuero íntimo, sin embargo, presiente que, al caer la noche, llegará el esposo que le fuera prometido, la temible serpiente alada.
Y realmente, al anochecer, protegido por la oscuridad, Eros se aproxima a ella. Psiquis no le puede ver el rostro; sin embargo, ya no la aflige temor alguno, alejado por las palabras apasionadas y las ardientes caricias del dios.

Psiquis restablece lazos terrenales

Durante algún tiempo Psiquis se entregó a ese amante vedado, que la visitaba oculto por las sombras de la noche.
En una de esas visitas nocturnas, evidenciando señales de preocupación, Eros le hizo una advertencia: que se precaviese contra la desgracia que sus hermanas le podrían acarrear. Estas, le reveló, estaban junto a la colina donde había sido dejada y la lloraban.
Pero Psiquis no debía dejarse conmover por sus lágrimas. Al contrario –dijo Eros-, era necesario que no se dejara ver por sus hermanas. Del mismo modo –agregó-, para evitar la desgracia, no debería intentar jamás ver el rostro del amado.
La princesa prometió ambas cosas, pero se vio embargar por la tristeza de no poder ver ni consolar a sus hermanas, que la creían desgraciada junto a un monstruo terrible. Y tanto lloró y pidió, que Eros finalmente consintió en la visita de las jóvenes. Sin embargo, aclaró: acercándose nuevamente a ellas, Psiquis estaba reanudando lazos terrenales y forjando su propio sufrimiento. Después le hizo prometer nuevamente lo más importante de todo: no intentaría ver su rostro.
Al día siguiente, Céfiro llevó a palacio a las hermanas de Psiquis. Al principio, sólo hubo la alegría del reencuentro. A las preguntas de las jóvenes sobre el marido, sin embargo, la amada de Eros respondió exclusivamente con evasivas. Dijo sólo que el dueño de tan maravilloso castillo era joven y bello, y que se había ausentado para asistir a una casería.
Pronto el sentimiento de las hermanas para con Psiquis fue cambiando. Antes, la lloraban imaginándola desgraciada; después, partieron envidiosas de su felicidad. Y la envidia es mala consejera.

El Amor no vive sin confianza


Atendiendo a los insistentes ruegos de su amada, Eros permitió que las dos hermanas de Psiquis retornaran al castillo. A partir de esa vez, movida por la envidia, astutamente hicieron que la desconfianza se insinuase en el corazón de la princesa. Se habían dado cuenta, por las reticencias y contradicciones que tenían sus palabras, que ella no sabia quien era su marido, al que ni siquiera había visto el rostro. ¿Cómo podía estar segura de que no se trataba del monstruo descrito por el oráculo de Apolo? Y si realmente era hermoso y joven, ¿Por qué se ocultaba siempre en las sombras de la noche?
Psiquis acabó, así, minada por la duda y el miedo. Aceptó finalmente el consejo de sus hermanas, larga y maliciosamente planeado. Debía preparar una lámpara y un cuchillo afilado. Con la primera, explicaron las muchachas, debía intentar ver el rostro del esposo, con el segundo, matarlo si era un monstruo.
Durante todo el día Psiquis se debatió entre la incertidumbre y el temor. Amaba a su marido, con quien fuera feliz hasta ese momento; pero, ¿y si él pretendiese asesinarla? Sólo había una manera de aplacar las dudas que le asaltaban desde que oyera las advertencias de las hermanas: ver el rostro del amado y descubrir si era o no el terrible monstruo de que hablara el oráculo.
Por la noche regresa Eros, ardiente y apasionado como siempre. Mientras se entrega a sus arrebatos amorosos, Psiquis olvida el propio miedo y la duda. Pero, en cuanto Eros se duerme, la incertidumbre a afligirle el corazón. Silenciosamente, va a buscar la lámpara e ilumina el rostro del esposo. Y se detiene deslumbrada: no es un monstruo; al contrario, es el ser más hermoso que jamás ha podido existir.
Emocionada y arrepentida, la joven cae de rodillas. Sin querer, sin embargo, derrama una gota del aceite caliente de la lámpara sobre el hombro del amado. Este despierta sobresaltado y se da cuenta de lo sucedido. Su hermoso rostro se cubre de profunda tristeza. Y, sin decir palabra, Eros se va.
Psiquis intenta alcanzarlo en medio de las tinieblas de la noche. Es inútil. Sólo oye una voz que a lo lejos le reprocha tristemente: “El amor no puede vivir sin confianza”.
Abandonada y desesperada, la hermosa Psiquis se echa a recorrer el mundo en busca de su amor perdido.

Psiquis en busca del Amor perdido

Eros regreso junto a su madre y le pidió que le curase la herida del hombro. Pero cuando le contó lo sucedido, Afrodita se enfureció. Comprendiendo que había sido engañada por su propio hijo –y todo por aquella simple mortal, causa de sus celos- alimentó desde entonces un solo pensamiento: encontrar a su rival y castigarla.
La infeliz princesa vagó de templo en templo, pidiendo el auxilio de todos los dioses, rogándoles a que le ayudaran a recuperar su amor perdido. Pero todos, temiendo la furia de Afrodita, se negaron a ayudarla. Como último recurso, Psiquis decidió acudir a la presencia de la propia Afrodita, en la esperanza de que Eros se encontrara en su compañía. Pero junto a la diosa no encontró sino burlas y la imposición de una serie de pruebas humillantes.
La primera tarea que le ordenó Afrodita consistía en separar, antes de la noche, una cantidad inmensa de granos pequeños de diversa especie. Parecía imposible cumplirla en el plazo establecido. Pero tan grande era el sufrimiento de Psiquis, y tan angustiado su llanto, que despertó la compasión de las hormigas del lugar. Las que en muchedumbres sucesivas cargaron todos los granos y, separándolos por especies, los juntaron en varios montículos.
Llegada la noche, Afrodita se encontró con el trabajo terminado y se irritó todavía más. Ordenó entonces a Psiquis que se acostara a dormir en el suelo, y por alimento sólo le dio un mendrugo seco. Espera destruir a la belleza de la mortal que le avía alejado el culto y la admiración de los hombres.
Por otra parte, la diosa cuidó de que Eros permaneciese encerrado en sus aposentos conde convalecía de su quemadura. Temiendo que, volviendo a ver a la amada. Él se dejaría seducir nuevamente por sus encantos.

Psiquis viaja a los infiernos

A la mañana siguiente, una nueva y peligrosa tarea aguardaba a Psiquis. Debía ir a un valle dividido por un arroyo, y allí esquilar los carneros que pastaban en el lugar. La lana de esos carneros era de oro y la caprichosa Afrodita quería para si un poco de ella.
Tras mucho caminar, la joven llegó al lugar indicado por la diosa. Por el cansancio y la desesperación hasta pensó en ahogarse en el arroyo y terminar así de una vez su sufrimiento. En ese instante de vacilación entre su intención y la muerte, se dejó oír una voz, proveniente de los juncos de la ribera del arroyo. La voz le traía consuelo y orientación: no era necesario enfrentarse con los carneros para tratar de esquilarlos; bastaban que esperar que saliesen de los bosquecillos de arbustos para ir a beber; en las espinas quedarían presas hebras de lana, que seria fácil recoger. Psiquis siguió el consejo de la voz y así los hizo.
Pero, al recibir la lana dorada, Afrodita no se dio por satisfecha. Alegando que seguramente la princesa había sido ayudada en la ejecución de su tarea, le encargó un nuevo trabajo. Tenía que subir a la cascada que provenía del nacimiento del rio Estigia y traerle un frasco de esa agua oscura.
Las piedras cercanas a la cascada eran escarpadas y resbaladizas, y la caída del agua extremadamente violenta. Imposible satisfacer la exigencia de Afrodita. Sólo pudiendo volar realizaría Psiquis la tarea. Estaba ya dispuesta desistir, cuando de las alturas descendió un águila que le tomó de entre las manos el frasco, voló hasta la fuente y recogió en el frasco una cantidad suficiente del líquido negro.
Pero el agua del Estigia tampoco sació la sed de venganza de Afrodita. Y, así, ordenó a Psiquis que ejecutara otra difícil tarea: ir al Hades (Infiernos) a persuadir a Perséfone (Proserpina) de que pusiera en una caja, mágicamente, un poco de su belleza. Como pretexto, diría a la reina de los Infiernos que Afrodita necesitaba de esa belleza para recuperarse de las largas vigilias que había pasado a la cabecera del hijo enfermo.
Psiquis partió, buscando el camino de los Infiernos. Ya había caminado mucho y se encontraba perdida, cuando una torre, apiadada de su aflicción, se ofreció a ayudarla.
Minuciosamente le describió todo el itinerario que llevaba al reino de Perséfone, donde vagaban las sombras de los muertos en fúnebre cortejo. Psiquis debía recorrer un largo túnel, en cuyo término encontraría el rio de la muerte. Para atravesarlo tenía que pagar un óbolo al barquero Caronte, que la conduciría a la otra orilla. Entonces seguiría el camino que llevaba directamente al palacio de Perséfone. Ante el portón del oscuro edificio encontraría a Cerbero, vigilante perro de múltiples cabezas, cuya ferocidad debía ablandas ofreciéndole un bollo.
Psiquis hizo lo que la torre le indicó, y así consiguió llegar a la presencia de Perséfone. De buen grado la reina de los muertos atendió el pedido de la joven, a la que entregó la caja solicitada por Afrodita.
El regreso le resultó a Psiquis más fácil. En sus manos transportaba el fruto de la misión cumplida, pero todavía estaba lejos la hora en que recuperaría el amor.

Eros y Psiquis, unidos para siempre


La próxima prueba por la que habría de pasar Psiquis no le fue impuesta por los celos de Afrodita, sino por su propia vanidad. Temiendo que los sufrimientos y tribulaciones la hubieran afeado, creyó no parecer atrayente a los ojos de Eros el día que volviese a encontrarlo. Quizá en la caja de Perséfone estuviera la belleza perdida. La tentación era grande. Y Psiquis no resistió: en mitad del camino abrió la caja. Para su sorpresa, no encontró nada. Pero la acometió tal sueño que cayó dormida allí mismo, como si estuviera bañada por la belleza de la muerte.
Mientras dormía inerte en medio del campo, Eros, curado de su herida, abandonaba la mansión materna burlando la estrecha vigilancia de Afrodita, y salía por el mundo en busca de su amada. Vagó por todas partes, hasta que, finalmente, la halló acostada a la intemperie. Aprisiono al Sueño que pesadamente le cerraba los ojos, y lo volvió a poner en la caja. Con gran suavidad la amonestó por la curiosidad que le hiciera destapar la caja y, después, le mandó que le entregara a Afrodita, actuando como si nada hubiese ocurrido.
Las pruebas de Psiquis habían llegado a su fin. Para tener la certeza de que nada más le acontecería a su amada. Eros se dirigió al Olimpo y pidió a Zeus (Júpiter) que lo uniese en matrimonio con la bella joven.
El soberano de los dioses recordó en esa ocasión cuantos momentos desagradables había vivido por causa de Eros. Pero, a pesar de ello, resolvió complacerlo. Reunió a los dioses en asamblea y declaró que Eros y Psiquis deseaban casarse. Para lo cual, sin embargo, era necesario que la princesa recibiese el privilegio de la inmortalidad. Hermes (Mercurio) el mensajero del Olimpo fue a buscar a Psiquis y la presentó a los dioses. El mismo Zeus le dio de comer la ambrosía que le confirió inmortalidad. Luego la declaró oficialmente esposa de Eros.
Los celos de Afrodita se volvieron impotentes. Psiquis ahora era inmortal y estaba unida a Eros para siempre. Nada podía separarlos, Y de esa unión nació Volupia.

1 comentario:

  1. Qué maravilla!! Es imposible dejar de leer toda la historia!

    Un saludo, Luna

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